Durante ciertos periodos del siglo pasado pareció que la pertenencia a un grupo determinado o el seguimiento de un estilo considerado renovador sancionaban el interés de la obra de un artista. Cada vez se hace más claro que esto no es así y que son la originalidad de una trayectoria, su interés y su calidad, las cuestiones que, al cabo, importan. Los grandes artistas de las últimas décadas no han sido los que pertenecieron circunstancialmente a un movimiento de éxito, sino aquellos otros que profundizaron en su particular aportación y consiguieron mostrar, en ello, una personalidad propia y definida, a menudo al margen de las grandes corrientes que por entonces triunfaban.
Aurelio Suárez es un pintor en el que se muestra ese radical individualismo del verdadero artista contemporáneo. Apartado de las complicidades que a menudo buscan los pintores en grupos o en modas que les proporcionan rumbos aparentemente seguros o, al menos, cómodos, para su deriva, Aurelio Suárez pintó a lo largo de muchos años en una soledad que, incluso, evitaba durante las últimas décadas la exposición pública de su obra. Ese carácter solitario le hizo evitar también las entrevistas al público, lo que configuró una especie de leyenda. Recuerdo cierta fotografía arrancada al final de su vida, donde la expresión sorprendida y muy contrariada hacía pensar en el gesto de Salinger en alguna de las pocas que se conservan de él. Esa condición apartada, que se acentuó en sus últimos años, distorsionó en parte la percepción de su figura y acentuó su supuesta rareza o su presunto extravío. Sin embargo, la seriedad con que afrontaba su arte y, al mismo tiempo, su talante de juego (nada más serio que los juegos, como saben los niños), denotan un planteamiento de un rigor poco común. La disposición en series de igual formato y con un número determinado de obras a realizar cada año (que estableció, hacia la mitad de su dilatada trayectoria, en la cifra de doce óleos y doce gouaches y en un centenar a los que llamaba bocetos, en realidad también gouaches o dibujos a tinta coloreados) y la asombrosa unidad temática que perseguía, y conseguía, en cada una de estas series, así lo atestiguan. En su desempeño no había mecánica ni combinatoria, sino una inspiración continuamente viva, expresada, principalmente en los óleos, a través de una peculiar calidad pictórica en el trabajo material de las superficies, donde las gradaciones de los tonos eran el resultado de un cálculo preciso.
Es cierto que esta organización de su trabajo y su estricto seguimiento durante toda su larga vida pueden dar una impresión de aislamiento con respecto al mundo circundante. Por otra parte, hay unos ciertos rasgos en toda su obra que parten del periodo mismo de su formación, en los años treinta, con la amplia recepción de las corrientes del realismo mágico, la metafísica e, incluso, el surrealismo. También la fascinación por la naturaleza más recóndita y solitaria, de la que el artista se impregnaba en sus largas caminatas en soledad, es una constante a lo largo de su trayectoria. Sin embargo, al considerar el conjunto de sus pinturas y ordenarlo en el tiempo, se advierte también una evolución en su arte, producto del contacto con la sociedad en la que vivía, de modo que se percibe que el artista, a pesar de su soledad, se nutrió también de su entorno. La complejidad de esta obra, su interés y su calidad, y la pasión creativa de su autor, lo muestran como uno de los artistas más originales en la España de su tiempo.
Javier Barón Thaidigsmann
For some time last century, it seemed that belonging to a certain group or being a disciple of a new style authorized interest in the work of an artist. With each passing day it grows increasingly clear that this is not the case – originality in its scope, inherent interest, and clarity are the traits which truly chart an artist’s course. The great artists of the past century have not been those who happened to belong to a successful movement, but rather those who delved deeply into their particular field and thus managed to display a unique, marked personality, a personality often dwelling on the fringes of the great, celebrated movements of bygone years.
Aurelio Suárez is a painter exemplified by this radical individualism so characteristic of the true contemporary artist. He stands apart from the intrigues often surrounding painters who, having joined groups or followed fads, sought apparently safe paths, or at least comfortable ones, for their future. Throughout his life, Suárez painted in isolation, even avoiding public expositions of his work in the final decades of his life. His solitary nature eschewed public interviews and built a sort of legend around him. There is a photo of him towards the end of his life where his surprised, annoyed look brings back those few remaining photos of Salinger. This tendency towards detachment, which grew in his final years, partly distorted the perception of his figure, accentuating his supposed peculiarity and presumed eccentricity. The gravitas with which he approached his art, though, and his talent for playing (there is, as children well know, nothing more serious than playing) both display his uncommon rigor. His work pattern confirms it. Each year, he set a certain number of works to be finished and placed them in a series of the same format. By the middle of his extensive career, his oils and gouaches numbered twelve, with a hundred or so of what he called sketches, which in reality were also gouaches or colored ink drawings. Each of these series attests to the extraordinary thematic unity that he constantly pursued, and achieved. This does not mean his effort was either mechanical or combinatory. On the contrary, it displayed a continually living inspiration expressed (chiefly in the oil paintings) through a peculiar pictorial quality in the physical surface work, where the graduations in tones was the result of precise calculation.
Indeed, it may be said that this manner of organizing his work and strictly adhering to that pattern throughout his life give the impression of isolation from the surrounding world. There are, however, certain features in his opus that diverge from his training period in the 1930s and open it up to the movements of magical realism, metaphysics, and even surrealism. A fascination with nature, hidden and solitary, filled him during his long, solitary walks and also proves to be a constant throughout his career. That said, when considering the whole of his paintings in their chronological order, one notices an evolution in his art. This evolution, the result of his contact with the society in which he lived, helps uncover Suárez as an artist who, in spite of his solitude, also fed off his surroundings. The complexity of his work, its interest, its quality, and the author’s.
Javier Barón Thaidigsmann