CÁRCEL, 1946
Gouache sobre papel. 350 x 470 mm
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid
Dentro de la larga serie de obras que, de un modo u otro, dedicó explícitamente a reflejar su ciudad natal, Aurelio consiguió en Cárcel una de las aproximaciones más singulares e inquietantes, a la vez que más crípticas, a la geografía gijonesa. La referencia a la ciudad no ha de resultar, ni mucho menos, evidente para quien no conociese directamente o haya tenido noticias del Gijón previo a la recuperación como parque público del cerro de Santa Catalina; pero resultará bastante obvia en caso contrario. Es bastante probable que cualquier gijonés de cierta edad recuerde ante este cuadro la peculiar geografía semiurbana de lo que previamente fueron instalaciones militares en el promontorio que se asoma al Cantábrico desde el barrio viejo de Cimadevilla: un peculiar enclave salpicado de blocaos, atalayas, casetas, alambradas…
De cualquier manera, esa clara referencia autobiográfica resulta en principio irrelevante ante la potencia plástica de esta composición cerrada, sofocante y amenazadora en la que una figura humana –un joven del que solo vemos el busto cortado por la mitad en vertical en el extremo derecho de la obra, mirando de frente al espectador con gesto neutro– aparece de espaldas a un sistema de muros grises que parecen trazar un corredor o trinchera. Sobre ellos se alza una caseta de vigilancia y se vislumbra un pequeño triángulo de horizonte marino y una franja de pradera que, lejos de aliviar la impresión de encierro, la aumentan por contraste. El horizonte aparece muy arriba, inalcanzable tras los muros de hormigón. Esa cualidad opresiva de Cárcel, subrayada por su título, podría funcionar en un registro puramente simbólico como una suerte de alegoría sobre cualquier inespecífica angustia existencial. Pero resulta mucho más intensa si se tiene en cuenta que ese paisaje ominoso que Aurelio esquematiza y depura aquí formaba parte de la ciudad real, y que la obra fue pintada en 1946, en los peores años de la posguerra.
Para reflejar metafóricamente ese mundo blindado y penitenciario Aurelio emplea una combinación de elementos muy recurrente en su pintura: la convivencia de composiciones puramente geométricas, figuras orgánicas y referencias paisajísticas en las que el horizonte siempre juega un papel muy destacado. Pero esta vez no se trata de una de sus escenas con predominio del elemento imaginario, sino que podría tratarse perfectamente de una representación bastante fiel, aunque esencializada en clave simbólica, de un paisaje real y objetivo en el Gijón de aquellos años.
La elocuencia de esta obra aumenta aún más si se la compara con visiones anteriores de la ciudad como el lugar melancólico pero amable que capta, por ejemplo, Gijón infantil, 1931. Significativamente, la inmensa mayoría de representaciones (explícitas) de la ciudad de Gijón en la pintura de Aurelio tenderían en lo sucesivo a un mayor realismo y riqueza gráfica, pero también a una menor profusión de colorido.
JUAN CARLOS GEA MARTÍN
OSTEOLOGÍA MUSICAL, 1948
Gouache sobre papel. 350 x 470 mm
AMADOR DE FLORES, diciembre 1952
Óleo sobre lienzo. 38 x 46 cm
Museo de Bellas Artes de Asturias
EROSIÓN, septiembre 1960
Óleo sobre lienzo. 38 x 46 cm
Museo de Bellas Artes de Asturias
CÁRCEL, 1946.
Gouache sobre papel.
350 x 470 mm
OSTEOLOGÍA MUSICAL, 1948.
Gouache sobre papel.
350 x 470 mm