LUNAFILIA, febrero 1954

Óleo sobre lienzo. 38 x 46 cm

C.A.C. Gas Natural Fenosa-Museo Patio Herreriano

 

 

Es Lunafilia una de las obras más hermosas y delicadas de toda la producción de Aurelio Suárez, y –en virtud de su sencillez de concepto, su sobriedad y la maestría de su ejecución– quizás la más acabada de las muchas visiones de la mujer y de lo femenino que atraviesan por todas partes su obra. El óleo muestra a una mujer tumbada, pero con los ojos abiertos, sobre un lecho o diván, en un espacio oscuro, totalmente despejado. Sobre ella flota un óvalo, también de rasgos en principio femeninos, que personifica la luna. Y no hay más.

Aurelio pinta con extrema limpieza la elemental sinuosidad de las figuras. Define algo más los rasgos en el rostro de la mujer con una simplicidad encantadora, que recuerda las ilustraciones medievales, y deja mucho más indefinido y suelto el cuerpo, pintado en tonos grisáceos, del que solo vemos una pierna y en el que solo remarca los pechos desnudos y un hueco oscuro abierto en la zona del vientre. Bajo ella, el diván o el lecho está pintado con tonos rojo-anaranjados, con pinceladas minuciosas que consiguen el mismo efecto aterciopelado y sensual de la figura femenina. La luna, en tonos gris-tostados, apenas presenta rasgos: una sugerencia de los arcos ciliares sobre los ojos, muy alargados, y unos labios pintados en el mismo tono cálido que el lecho. Su rostro es amable y flota como una presencia benéfica sobre la mujer.

Como en tantas otras ocasiones en Aurelio y en la pintura occidental de tema femenino, asistimos a una escena íntima; pero no somos exactamente voyeurs porque la figura de mujer nos devuelve la mirada de hito en hito con una sonrisa que podría ser una forma de bienvenida. En todo caso, sería la luna, cuya mirada está dirigida muy ligeramente hacia la mujer más que hacia el espectador, la que la estaría observando, sin ser vista, ese momento de soledad y recogimiento, rodeada por la pura oscuridad.

La ancestral afinidad simbólica entre la luna y la femineidad inunda toda esta obra, aunque su sentido sexual podría decantarse con la misma fuerza hacia un suave e incitador erotismo como hacia una lectura más relacionada con la fecundidad y la creación, convirtiendo el cuadro en una suerte de alegoría de esta última. En todo caso, lo femenino provoca una tensión tan irresistible como amable, en sintonía con esa “filia”, esa atracción positiva que reverbera en su título.

 

JUAN CARLOS GEA MARTÍN